La primera experiencia de cruz fue determinante en su corta vida. Corría el año 1851 y Ángel José, de once años, repetía en su corazón dolorido esta oración: Sí, Padre. Que se haga como has dicho.
En el silencio del camino, acompañando los restos de su padre fallecido en plena juventud, bebió el misterio del dolor y comenzó a conjugar un entramado de vivencias que lo preparaban para su elección vocacional. La obediencia tomó claramente las características de cruz, de fe probada y de contemplación amorosa de los designios inescrutables de un Dios que experimentaba cada vez más íntimo.
En la tranquilidad y silencio de su Tucumán natal, las palabras fueron silenciadas, ya no podían expresar la honda pesadumbre de tener que entregar, tan niño, a quien fuera su amigo, su guía, su baluarte. Sí, entregar, así lo sentía. Entregar era lo que Dios le hablaba en su corazón, entregar, no perder.
Entrega quien se siente libre para hacerlo, quien posee una riqueza y comprende que hace falta desprenderse. Muchas veces lo había observado entre los frailes dominicos que eran sus maestros. Por eso, días después, cuando retomó sus estudios en la escuela conventual, se animó a preguntar:
-Fray Nazario, ¿Dios pide imposibles ?
-Ángel, siempre con tus preguntas…Si Dios pide algo, seguramente no es imposible…
-Pero…Mis hermanitos, Carlos tiene diez años, Julia, Virginia, Epifanía y Felisa son pequeñas, y Gregoria sólo tiene cuatro meses. … ¿Cómo haremos con mi madre para sacar adelante a la familia? ¿Qué voy a decirles a ellos cuando pregunten por papá? ¿Y cómo voy a consolar a mi madre?
-¿Qué te dicta tu corazón?
-En lo más profundo de mi alma siento como un dique enorme de dolor que se abrió, como cuando el agua rebalsa sobre las piedras que ponemos en el río para contenerla. Y ruge con fuerza… Pero también sé que deberé abrazar a mis hermanos y a mi madre, y tendré que decirles que todo estará bien, que la Providencia nos va a acompañar, y que papá , desde el cielo, no nos va a dejar…
-Bien hijo. Muy bien. Ahora tendrás que dejar correr ese dolor, abrir ese cauce…No lo detengas … con el tiempo será, en la Providencia de Dios, un abrazo para el dolor de otros, porque el que vive el dolor y la cruz, sólo ése puede abrazar y consolar. Como Cristo, hijo mío. Él se hizo cargo de nuestros dolores para ser consuelo y salvación. No hay otro camino.
-Me imagino una moneda, padre, una moneda de dos caras. Como Jesús en la cruz, la vida entregada va unida a la salvación…Y no se pueden separar…
Y mientras el niño se aleja, caminando despacio, meditando estas cosas en su corazón, Fray Nazario tiene, una vez más, la certeza de la obra que Dios va realizando en ese corazón joven. Sabe, como ya lo ha conversado con la comunidad, que ese niño tiene capacidades innatas para la contemplación profunda de las cosas de Dios. Lo mira mientras se aleja, ¡qué designios tendrá el Señor!
Así se perfiló su espíritu: como un padre…abrazar, proteger, cuidar, custodiar. Como san José, pensó. Y oró así: Ita, Pater. Que se haga en mí como Tú quieras.
Y así creció. Entre las tareas de la casa, el trabajo para ayudar a su madre, el cuidado de sus hermanos. Y el estudio.
Los frailes dominicos y luego los franciscanos fueron testigos de su inteligencia privilegiada, de su lucidez y capacidad de razonamiento, de sus largas horas de estudio y contemplación.
La lectura asidua era su recreo y su ocupación más buscada. Letras, Filosofía, Teología , Latín. La Sagrada Escritura y los Padres de la Iglesia. Todo estudio encontraba cauce en su amplia capacidad . Su voluntad se iba perfilando recia, su talante se iba formando en el silencio y en la oración.