El fin del siglo traía aires de cambios. Se anunciaba progreso y los hombres y mujeres de nuestra Patria pusieron su confianza en el trabajo y en la ciencia. Pero también, dolorosamente, se observaba el avance laicista en distintos ámbitos institucionales…
En medio de las preocupaciones, las luchas, las misiones y las fundaciones, el Obispo diocesano Fray Reginaldo Toro, consagrado como tal el 20 de agosto de 1888, descansaba Santa Rosa de Rio I.
Descansaba, una forma de decir. Había viajado para acompañar y supervisar la marcha del nuevo Colegio que allí se construía: Santísimo Rosario, el segundo Colegio de las Hermanas Dominicas, fundadas por él en 1886.
Este Colegio fue, después del de Córdoba, su sueño, su anhelo y su lugar especial para encontrarse con la gente sencilla del pueblo, con sus hijas, las hermanas y con su amigo, el Cura Brochero.
-¡Había sido feo ser Obispo. Lo peor es que no se puede estar solo., siempre con una guardia a la vista!!!
-¡¡¡¡Menos mal que yo no sirvo para esos trotes!!!!!!!! A mí déjeme con los Paisanos y la mula…
-Yo también pensaba así, pero, mi amigo, ¡¡¡¡Dios llama y nosotros firmamos un papel en blanco!!!!
-Lo cobraremos en el cielo, si Él lo quiere…y páseme el mate, Obispo…que hace mucho que lo tiene.
– ¡A veces creo que todo lo que hacemos es tan poco! ¡Se acuerda, amigo, cuando estuvimos misionando por su Curato?
-Y como pa´olvidar…Los paisanos sólo habían visto un Obispo en las figuras de los libros! ¡La pucha que trabajamos duro!
-Tandas de cuatrocientos hombres en los ejercicios, confesar a todos, escuchar sus cuitas, predicarles en lenguaje que todos pudieran entender.
-Buscar con qué llenar la olla, un corderito de aquí, una oveja de allá… ¡Y todos felices! Mate cocido para el cuerpo y La Palabra de Dios para el alma. ¡Buena conjunción esa!
-Sí , duro es ver gente tan pobre y abandonada de los que mandan. Tierra de nadie, parecía. Hasta que Usted llegó, Don Brochero.
– Caminos y escuelas hacen falta en nuestra tierra. Que llegue a todos el progreso y la educación. Es la ignorancia de Dios es la mayor pobreza que envilece al hombre.
-Si mi amigo. Sobre todo, necesitamos lugares donde se eduque a las niñas, a las jóvenes. La mujer es el paño de lágrimas, es la que sostiene con su fortaleza a la familia. Es la que soporta más duramente los golpes de la sociedad. Nuestra Patria se fortalecerá con mujeres educadas, virtuosas, capaces de trabajo y de sacrificio. Para eso son las escuelas, como ésta Don Brochero. Ayer no más era un terreno baldío, lleno de malezas- El internado posibilitará que las niñas que viven más alejadas tengan un lugar para vivir y estudiar. Todo gracias al Presbítero Quinteros, el Párroco, y al señor que donó este lugar.
-Si, Don Reginaldo. Todavía hay hombres y mujeres generosos, había sido. Allá en el Tránsito han ayudado mucho los paisanos en la construcción del Colegio y la casa de ejercicios. ¡Hasta los más ariscos han venido con su caballo o con su mula para acarrear troncos y hacer ladrillos!!
-Y Dios hará su obra…Y seguirá llamando a su servicio…y la Iglesia irá floreciendo porque ese es su designio amoroso…
-Y si… ya tendrá que venir el relevo para nosotros, Obispo. Ya la mula vieja se está queriendo retobar.
-Mire Don Brochero, a mí me parece ayer, nomás, que me vine de Tucumán…Si todavía la osamenta tiene recuerdo de los vaivenes del camino… Cómo ha pasado el tiempo. Recuerdo que por aquellos años mozos la fuerza me sobraba para todo: trabajar, cuidar a mi madre y hermanos, estudiar…Hay tardes en que todavía huelo el perfume de los naranjos en el patio familiar…Los afectos tiran, Cura, pero la fuerza de Dios es más potente, más arrolladora…Y aún hay tanto por hacer…
-Vamos, Obispo, ya es hora de la oración, y Mi Purísima espera…