“Sígueme” (Mt. 4, 19)

Biografía novelada de la vida de Fray Reginaldo Toro, basada en datos históricos, escrita por madre Sonia Lucarelli. Parte 2 de 7.

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La galera marchaba despacio y quejosa por el camino real rumbo a Córdoba. Había salido de Tucumán el día 1 y llevaba varios pasajeros: dos comerciantes de ganado  que habían cerrado un trato importante; la familia de un hacendado cordobés que regresaba a su hogar luego de unos días en Tucumán, fray Jacinto y dos jóvenes  de dieciocho años que viajaban para comenzar su noviciado en Córdoba, en el convento de Predicadores.

Ángel José contemplaba el paisaje tan amplio y cambiante, tan solitario, que no pudo evitar un dejo de melancolía. Recordaba sus diálogos con fray Nazario, su urgencia por responder  a esa voz que desde muy dentro exigía, reclamaba, llamaba.

Cuando ya no pudo contenerla, con temor y esperanza, habló con su madre.

-Madre, Usted entenderá que ya soy mayor, que me he preparado para este momento. Ya no puedo ocultarle lo que a gritos dice mi corazón. Yo soy de Dios, soy siempre de Dios.

En un largo silencio, poblado de comprensión y respeto, como ante un misterio del cual sabía que no debía ser obstáculo, la madre acarició la cabeza del hijo mayor. Ya lo sabía. Lo presentía con todo su ser. Desde que Ángel era pequeño la madre pudo ver más allá, más hondo, más adentro.

-Las cosas de Dios son misteriosas, hijo. Siempre me maravillé de la vida manifestada en cada uno de ustedes. Siempre me sorprendieron sus gestos, sus palabras de niños, sus respuestas. En cada uno Dios fue poniendo una semilla especial, diferente y pujante.

Pero en Usted, mi hijo, en usted sembró un jardín. En Usted tejió con sabiduría el silencio, la inteligencia, la bondad y el desprendimiento.

Ha sido hasta hoy padre de sus hermanos, compañero de esta madre suya, sostén en el trabajo, protección y cuidado para su familia. Aquí ya ha cumplido su tarea. Es hora, hijo mío. Es hora.

Madre…¿Cómo los voy a dejar solos?  Dios me pide algo que deseo con todo mi corazón y, que a la vez, me traspasa como una espada.

Así es el don, hijo. Así es. Como una moneda. De un lado el don, del otro el dolor. Todo don es para los demás, y la entrega es dura. Pero será fecunda. Estoy segura. Y estas lágrimas de hoy serán mañana vida nueva para muchos.

No se acobarde mi hijo. Yo seré fuerte, y Usted también.

Aún le dolían los ojos y el alma. Había pasado noches enteras en llanto y oración. ¡Cómo duele entregar a los que se ama!

El traqueteo continuo adormilaba el corazón de Ángel José y de su amigo Moyano. Y entre los pozos del camino, los días monótonos e iguales,  entre la tregua de la noche y la esperanza de la mañana, fue gestándose  en su alma un espacio libre, un lugar de encuentro, donde sólo Dios entraba, donde sólo podía repetir, “ita, Pater”. Que se haga en mí.

A lo largo de los pueblos que iban pasando, Ángel José contempló la mirada del dolor, de la pobreza, del vicio, de la ignorancia. Observó al pueblo sencillo con el que conversaba en cada parada.

Tres días de camino le permitieron entrar en sintonía sostenida y profunda con las necesidades de los hombres de su patria. Miró los ranchos de paja y adobe que ya conocía en su Tucumán, miró las huellas donde aún no había caminos, miró los rostros y las manos ajadas por el trabajo del campo.

Y cuando Córdoba se abrió ante sus ojos ansiosos, cuando fue percibiendo el reflejo del sol en las torres de las Iglesias, ya su espíritu estaba dispuesto. Ya el desprendimiento le parecía suave y entregó en lo más íntimo de su ser su futuro y su vida a Dios. Así, sin reservas. Sin regresar la mirada al camino andado, con valentía y decisión firme.

El Joven que descendió de la galera era un hombre. Hombre de corazón fuerte y sensible, hombre capaz de abrazar y plantar, hombre emprendedor que permitió que su Gracia no quedara infecunda en él.

2 COMENTARIOS

  1. Con un nudo en la garganta terminé de leer. Emocionante el relato.. decisiones que no dejan de ser difíciles por más seguridad que se tenga. Aún así Angel Toro se entregó por completo sabiendo que había hecho todo por su familia

    • Es así Natalia. Una vida entregada desde pequeño a los demás. En el silencio y la soledad pudo escuchar la voz de Dios, y responder con generosidad.
      Gracias por tu comentario.

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