Corazón de María, corazón materno de la Iglesia

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Hemos contemplamos el corazón de Jesús, el de san José, el corazón compasivo y misericordioso de Santo Domingo; descubrimos el corazón de Reginaldo identificado con el de Cristo que no cesa de enseñarnos a contemplar el amor divino en esos corazones y  mirarnos en ellos para modelar lo frágil de nuestro corazón.

Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles (13, 22) que Dios dice: «he encontrado en David, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad”. Ser hombres y mujeres “conforme al corazón de Dios”, ser Iglesia, conforme al corazón de Dios, en eso consiste nuestra vida en hacer cada día nuestro corazón semejante al Suyo.  Ser discípulos atentos a aprender y compartir con nuestra vida lo que vamos asimilando.

Dirijamos la mirada ahora a María, nuestra Madre, que nos enseña a encarnar a Cristo, a hablar y pensar, a sentir con el corazón penetrado por la Palabra de Dios. Haciendo memoria de lo acontecido en el Documento de Aparecida, de la V Conferencia General de los Obispos de Latinoamérica y del Caribe (2007), descubrimos algunas características que pueden ayudarnos en el seguimiento de Cristo, en el discipulado misionero, en nuestra vida cotidiana. Los textos 266 al 272 nos ayudan a descubrir cómo es el Corazón discípulo misionero de María.

María conforme al Corazón de Dios

María es la perfecta discípula del Señor por su fe, por su obediencia a la voluntad de Dios, por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús. Ella cooperó en el nacimiento de la Iglesia misionera, como Madre fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y al perdón, ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como familia de Dios. En Ella nos encontramos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, también con los hermanos. En torno a Ella se genera la Iglesia-familia, ya que María, confiere «alma» y ternura a la convivencia familiar.

María nos enseña con su vida a ser también artífices de comunión. Ella es una escuela de fe destinada a guiarnos y fortalecernos. El Papa Benedicto XVI expresaba:

Permanezcan en la Escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto.

María fue formando su corazón de Madre, su corazón de hermana, de discípula. «Conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón« (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Ella nos enseña el primado de la escucha de la Palabra en la vida del discípulo y misionero.

Ella habla y piensa con la Palabra de Dios; hace de la Palabra de Dios, su palabra, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Sus pensamientos están en sintonía con los pensamientos de Dios, su querer es un querer junto con Dios. Estando íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, Ella puede llegar a ser Madre de la Palabra encarnada.

Nuestro corazón, «conforme al Corazón de Dios»

Nosotros podemos también alcanzar esta familiaridad con el misterio de Jesús, y así nutrir nuestro corazón. El rezo del Rosario nos acerca y facilita esta cercanía. «El pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor» (Rosarium Viriginis Mariae 1).

La Virgen María con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades,

  • ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo
  • indica cuál es la pedagogía para que los pobres, “se sientan como en su casa
  • crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado
  • enriquece la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la comunión” y en espacio espiritual que prepara para la misión.

Formar nuestros corazones con el modelo de María, alimentarlo diariamente con la Palabra de Dios, contemplar los misterios de la vida de Jesús para aprender de Él. Que nuestras palabras broten de ese corazón nutrido del Amor de Dios y de su Madre, para que nuestras manos abracen cada día a la humanidad que sufre.

«han recogido de los Corazones de Jesús, María y José y de mi Padre, el amor a la humanidad, el llanto a la miseria, el consuelo al menesteroso, el auxilio al necesitado, y lo que es todo en la vida humana la conformidad con la voluntad de Dios«. fr. Reginaldo.

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