Por Dra. Fabiola Bastos
Las personas, como seres esencialmente sociales, necesitamos de la interacción con los demás para desarrollarnos y existir en el mundo, tanto como del alimento para nuestro cuerpo.
Esa interacción adopta especiales características durante la adolescencia y plantea profundos desafíos al interior de las familias que, cuando se resuelven positivamente, son fuente inagotable de crecimiento y realización personal.
El tipo y la profundidad del diálogo que los padres pueden alcanzar con su hijo adolescente encuentra sus raíces en los modos de comunicación que se fueron estableciendo a través de las diferentes etapas de la vida del niño, de ahí la importancia de alimentar y cuidar los vínculos entre padres e hijos desde la más temprana edad.
Conviene recordar que “los adultos son los padres” y como tales, los responsables de sostener siempre en el diálogo un tono amable y respetuoso para generar un vínculo de confianza y receptividad enmarcado en el amor paternal.
Recordemos que el adolescente se encuentra en una etapa de grandes cambios, tanto en lo fisiológico como en las demás dimensiones de su existencia. Esto es así debido a la actividad hormonal que ha comenzado a despertarse en su cuerpo desde la pubertad.
Tales cambios no son vividos de igual manera por varones y mujeres. Incluso entre adolescentes del mismo sexo, las vivencias de la adolescencia suelen ser muy diferentes.
Tiempos y procesos de cada uno
En atención a esa individualidad, que debemos respetar incondicionalmente en cada chica o muchacho, es conveniente estar disponibles para el diálogo toda vez que se presente la oportunidad y siempre comprendiendo los tiempos y procesos propios de cada uno.
Los cambios corporales se encuentran en plena efervescencia, y no siempre son aceptados positivamente por el adolescente. Esto puede generar sentimientos de insatisfacción, fastidio, inseguridad, o desánimo frente a los cuales es necesario que los padres actuemos con suma prudencia, ya que un gesto o una palabra inoportuna pueden profundizar el malestar en lugar de contenerlo y mitigarlo.
Evitar algunas frases
Por ejemplo, consideremos la siguiente situación: madre e hija comprando ropa para una fiesta. La frase que no debió decir la mamá: “mejor comprate el vestido negro porque te hace más delgada”. Seguramente en otro contexto, esta sea una inocente, incluso bien intencionada, sugerencia. Pero no lo es cuando se trata de la hija adolescente.
Evitar comparaciones
Otra situación que, lamentablemente, suele ser común es la de comparar, ya sea con hermanos o con otros chicos o chicas. La comparación solo puede generar rechazo y un obstáculo, incluso un corte de la comunicación. El adolescente es un ser en búsqueda, básicamente del sentido de su propia existencia, con lo cual no le encuentra ninguna gracia a la comparación, que para él significa “medirse” existencialmente frente a un tercero.
Elegir ocasiones
El diálogo no alude exclusivamente a un momento prefijado para tal fin (aunque también puede darse de ese modo). Los momentos más preciosos para el diálogo tienen que ver con las dinámicas familiares particulares, por ejemplo: durante las comidas (recordemos que Jesús elegía comúnmente esos momentos para hablar cosas importantes con los suyos: la última cena, la aparición a los discípulos de Emaús, las comidas con sus amigos y hasta con los pecadores, etc.).
Otros momentos pueden estar relacionados con los viajes (cuando los llevamos o acompañamos al colegio, al club, a la academia, a casa de sus amigos). También el compartir una serie o una película y promover el intercambio sobre la misma puede ser una preciosa oportunidad para dialogar.
En cualquier oportunidad pero siempre sin presionar, ni “bajar línea” acerca de cómo nosotros mismos vivimos nuestra adolescencia ya que el punto de vista que tenemos como padres sobre nuestra propia adolescencia no implica necesariamente que va a ser compartido, y mucho menos replicado por nuestro hijo.
Recuperar la ternura
Los padres cristianos reconocemos en el amor de Dios el modelo a partir del cual comunicarnos con nuestros hijos, y el Papa Francisco nos da una pista: recuperar la ternura.
Dice el Santo Padre: “si Dios es infinita ternura, también el hombre, creado a su imagen, es capaz de la ternura. La ternura, por lo tanto, lejos de reducirse a un sentimentalismo, es el primer paso para superar el repliegue sobre uno mismo, para salir del egocentrismo que coarta la libertad humana”.
“Ocurra lo que ocurra, hagamos lo que hagamos, tenemos la certeza de que Dios es cercano, comprensible, dispuesto a conmoverse por nosotros”.
Que este mes del Sagrado Corazón de Jesús nos encuentre con renovadas esperanzas para dialogar con nuestros hijos. Apelando a la ternura, a imitación del gran Amor de Dios por todos nosotros.
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