En la Iglesia de América Latina y el Caribe, se está celebrando la Primera Asamblea Eclesial, bajo el lema “Todos somos discípulos misioneros en salida”, laicos y laicas, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos queremos dar un nuevo impulso al proceso discipular y misionero propuesto por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida. Se busca hacer una renovada lectura de los  signos de los tiempos guiado por la luz y la fuerza del Espíritu Santo en consonancia con el Magisterio del Papa Francisco, especialmente acogiendo Evangelii Gaudium, Laudato Si’, Querida Amazonía y Fratelli Tutti.(cfr. Documento para el discernimiento comunitario 10).

«América con Cristo, escucha, aprende y anuncia por el mundo el amor!, es la canción que ha dedicado el cantante Juan Morales a la Asamblea Eclesial. Clic aquí para escuchar

Centremos la mirada en la persona netamente misionera de Reginaldo, que siendo discípulo fiel de Cristo, salió al encuentro de tantos hermanos que no conocían el Amor de Dios. Para ello, proponemos la lectura de una exposición presentada por la Lic. Gabriela A. Peña, en 2004, al celebrarse el centenario de su fallecimiento.

REGINALDO TORO: FRAILE Y OBISPO MISIONERO[1]

Reginaldo Toro fue un hombre de intensa y variada actividad apostólica. Desde sus primeros años en la  Orden de Predicadores le tocó asumir responsabilidades y desempeñar cargos diversos.  Fue profesor, formador de los aspirantes a la vida religiosa, prior conventual y provincial, fundador, capellán y director de una congregación religiosa y finalmente obispo. No obstante, por encima de todo, fue un predicador y un misionero.

Cabe preguntarse si las tareas propias de los cargos jerárquicos que ocupó la mayor parte de su vida son compatibles con la actividad de anuncio directo del Evangelio, que requiere disponibilidad, apertura y contacto directo con los destinatarios primeros de ese anuncio, generalmente, la gente sencilla del pueblo. Y si lo son ¿cómo pudo llevarlas a cabo en forma armónica, complementaria, sin que el interés y la atención por unas fuera en desmedro de las otras?

EL CONCEPTO DE “MISIÓN”

Para comenzar analizaremos el concepto “misión”, a fin de precisar a qué nos referimos cuando hablamos del perfil misionero de Fray Reginaldo Toro. En el siglo XIX el término se asociaba a la predicación kerigmática, al primer anuncio del evangelio a los no creyentes y se denominaba así a los “establecimientos formados en país de infieles para convertirlos al cristianismo”[2]. En esta perspectiva, sería difícil considerar al Padre Reginaldo un misionero, puesto que su actividad no se desarrolló fuera del país ni entre “infieles”.No obstante, si consideramos que la palabra misión “significa una potestad o comisión especial que algunos han recibido de Dios para instruir a sus semejantes,  anunciarles sus leyes y su divina palabra” – sin atender a su conocimiento previo de la doctrina cristiana – y a que en este término se encierran diversos conceptos, tales como el acto de enviar la Iglesia a sus misioneros, el encargo que se confía a los enviados y la ejecución de tal encargo[3], el conflicto desaparece. Es evidente que  la labor desarrollada por este dominico constituyó la ejecución del encargo recibido para instruir  a los hombres en la Palabra de Dios. Se trata de lo que algunos autores denominaron “misiones internas[4],  para diferenciarlas de las misiones extranjeras o externas, también llamadas “ad gentes”, que se realizan fuera de los limites de una iglesia constituida. Las misiones internas estaban recomendadas en el antiguo Código de Derecho Canónico cuando determinaba: Deben los Ordinarios velar para que, al menos cada diez años, procuren los párrocos proporcionar a sus feligreses lo que se denomina una misión sagrada.[5]

Sabiendo que la actividad desplegada por el Padre Toro era, sin lugar a dudas, una tarea misionera, pasemos a analizar de qué manera la llevaba a cabo y cómo compatibilizaba esta labor con sus responsabilidades y funciones jerárquicas.

EL CONTEXTO DE LA ACTIVIDAD MISIONERA DEL OBISPO TORO

El interés por esta forma de anuncio del Evangelio provenía, en el caso del obispo dominico, del conocimiento de la realidad de su diócesis y de las personas confiadas a su cuidado pastoral. La situación de ignorancia religiosa, poca práctica sacramental y la consiguiente relajación de costumbres propia de muchos curatos, particularmente en la campaña, le era conocida desde  su juventud, pero él mismo expresaba que

estas necesidades las hemos observado de un modo más inmediato desde que nuestro cargo pastoral nos puso en contacto diario con nuestros diocesanos y particularmente las hemos palpado con ocasión de las misiones que llevamos dadas en algunos curatos de nuestra campaña.[6]

A menos de un año de haberse hecho cargo de su obispado informaba a las autoridades  nacionales que había visitado las parroquias, comenzando por las que hacía más tiempo que esperaban dicha visita. En esa ocasión había observado que la mayor parte del pueblo practicaba la religión católica, que el clero era “por lo general ilustrado, virtuoso y sumiso al Prelado”– aún con algunas excepciones – , pero que se podían temer para el futuro algunas consecuencias negativas, derivadas de la aplicación de las leyes laicas que se habían sancionado a nivel nacional y de la existencia de gobiernos liberales en casi todo el país, con la consecuente propagación de ideas opuestas a la religión y las costumbres cristianas.[7] En este punto su análisis era agudo y profundo, basado en criterios realistas y concretos. De ahí que  en su carta al ministro de Culto, Justicia e Instrucción Pública escribiera que la ley de matrimonio civil resultaba un obstáculo para la tarea misional, ya que se carecía en los pueblos pequeños de oficinas donde realizar el trámite matrimonial, debiendo las parejas permanecer unidas de hecho, sin poder recibir el sacramento aún cuando hubiera sacerdotes dispuestos a administrarlo. Junto a su propuesta de instalar más oficinas  habilitadas para esos fines, señala las posibles consecuencias a largo plazo de esta relajación de las costumbres. También menciona el incremento de los hijos ilegítimos y otros detalles que nos permiten deducir que estaba auténticamente interesado por la situación que vivía el país y su gente[8].

Por otra parte, era consciente de algunas dificultades específicas de la tarea misionera: lo extenso del territorio de la diócesis, la escasez de clero y los gastos que debían cubrirse para concretar esta labor.

Además de su conocimiento de la realidad, lo impulsaba a trabajar por la realización de misiones su convicción de que “la conservación y el aumento de la religión en el pueblo [era] tan necesaria para el mantenimiento del mismo orden nacional” y que  recibía “gran impulso con la frecuencia  de las visitas canónicas y misiones” .[9]

LA ACTIVIDAD MISIONERA DE REGINALDO TORO

La actividad misionera, según dijimos, fue constante en la vida de Fray Reginaldo, quien, como religioso dominico, se había sentido llamado a predicar la Palabra de Dios, a la que se accede previamente por la contemplación y el estudio. Aunque su vocación por el anuncio  del Evangelio, propia de la Orden de Predicadores, se manifestó prioritariamente en la tarea docente, las misiones constituyeron una alternativa siempre válida. A diferencia de aquella, dirigida principalmente a los aspirantes al sacerdocio y la vida religiosa, esta labor lo ponía en contacto directo con la gente sencilla, con el pueblo cristiano que necesitaba conocer la Palabra de Dios o fortalecer su fe.

Durante toda su vida religiosa, la mayor parte de la cual transcurrió en Córdoba, se entregó a la predicación y a las misiones.

En el ámbito de la ciudad, extendía su ministerio más allá de los límites de la iglesia dominicana, predicando en las de la Compañía, Santa Teresa, Colegio de ¨Huérfanas y en la Catedral. Las misiones propiamente dichas las desarrolló en diversos puntos de las sierras de Córdoba (La Estancita y Tanti son dos de las localidades más beneficiadas por este servicio) y en otras provincias vecinas. Así, por ejemplo, en 1877 lo hizo en agosto y septiembre en Jachal, El Rodeo y Cerro Negro en la provincia de San Juan y posteriormente pasó a Mendoza para desarrollar trabajos similares. No obstante, el grueso de la tarea misionera tendría lugar durante su obispado.[10]

Diploma de mérito con motivo de la exposición de la misión católica americana (01-01-1893)

Esta labor fue amplia y abarcó diversos aspectos: por un lado el trabajo misional directo y por otro la animación misionera de la comunidad cristiana en general. En este sentido, este obispo del siglo XIX tuvo clara conciencia de algo que la Iglesia ha reiterado una y otra vez y ha reforzado a la luz de la misionología más reciente: la tarea de anuncio del Evangelio no puede desarrollarse con éxito y obtener buenos resultados si las comunidades cristianas no se comprometen en tal sentido; y las comunidades necesitan ser animadas para asumir ese compromiso.

 A- TRABAJO MISIONAL DIRECTO

El obispo Toro  hizo de cada una de sus tareas episcopales una ocasión  para  anunciar el evangelio, administrar los sacramentos y compartir la fe con su pueblo. Así, las visitas canónicas, más allá de las formalidades administrativas, fueron la oportunidad para desarrollar misiones en los curatos[11], la inauguración de una capilla o alguna festividad especial servía para el mismo fin, y en ocasiones simplemente se desarrollaban porque se detectaba la necesidad. Cuando era posible, él mismo participaba en las misiones, y si no, se ocupaba de velar  para que otros lo hicieran. Aún cuando las visitas las realizaban sus colaboradores y delegados, ocurría de la misma manera[12]. Tanto se esforzó que aún durante  el período de la enfermedad previa a su muerte, en que su actividad se había reducido al mínimo, las personas que estaban a cargo del obispado y que habían aprendido de su ejemplo continuaron fielmente esa costumbre y mantuvieron encendido el celo por el anuncio del evangelio[13].

En las visitas procuraba ir acompañado por sacerdotes, generalmente del clero regular, para que reforzaran y complementaran su trabajo ocupándose específicamente de la predicación. Jesuitas, redentoristas, mercedarios y, por supuesto, sus hermanos dominicos, además de algunos curas del clero secular  eran quienes compartían trabajos e inquietudes. Los miembros de diferentes familias religiosas trabajaban por separado algunas veces  y en otras ocasiones lo hacían en forma conjunta. También era frecuente que, en vez de acompañar la visita, los misioneros llegaran antes y prepararan el terreno espiritual, o que permanecieran unos días después de la conclusión de la misma, a fin de reforzar las enseñanzas y la labor realizada. Además, por supuesto, de las numerosas misiones independientes de la presencia del obispo, que se llevaban a cabo en cualquier otra oportunidad.[14]

La actividad que se desarrollaba en las misiones era similar en casi todos los casos. La duración era de aproximadamente diez días. En primer lugar se ponía sobre aviso al párroco del lugar a fin de que preparara a los fieles para participar de la misión y obtener sus beneficios espirituales. Esto servía también para que los feligreses organizaran la recepción de los misioneros, que en ciertas ocasiones, según los recursos y la creatividad de la gente en cada lugar, podía llegar a ser una verdadera fiesta. Así ocurrió en 1894 en Villa Concepción, en el curato de San Justo, donde el obispo fue recibido en la estación de trenes con 16 carruajes de lujo, más de seiscientos hombres a caballo y la banda de música del pueblo. A continuación solía haber una plática en la capilla, que, si el prelado estaba presente estaba a su cargo. Luego el obispo se dedicaba a las actividades mandadas por el derecho canónico y los sacerdotes misioneros predicaban, celebraban la misa, escuchaban confesiones, celebraban matrimonios y preparaban para el sacramento de la confirmación. También desarrollaban otros actos de piedad, especialmente los que estaban enriquecidos con indulgencias, conocidos como “prácticas del jubileo”. Un relato de 1902 da cuenta del cierre de la misión en San Agustín, que se hizo con la mayor pompa y que puede servir para ilustrar acerca de las costumbres de la época en este campo. Dice lo siguiente:

Se colocó una hermosa cruz de fierro en el pretil  conmemorativa de dicha misión y    principalmente como obsequio de la Parroquia al Redentor en el principio de siglo lo que se hizo con toda solemnidad con el canto de un Te Deum y bendición papal.

Que el obispo participaba personalmente en la tarea no puede dudarse. No solamente porque los relatos coinciden en atribuirle la plática inicial, sino también porque en julio de 1894 el periódico cordobés decía que la concurrencia a la misión en Villa Concepción había sido tan numerosa “que siete sacerdotes inclusive el señor obispo no dan abasto”[15].

Con respecto a la valoración  que se hacía de estas misiones, debemos decir que el juicio era positivo, pero realista. Aunque se insista una y otra vez en que los resultados obtenidos eran muy buenos, siempre se aclara que no eran óptimos, que los esfuerzos realizados en las misiones no eran suficientes aunque colaboraran a reavivar la fe del pueblo y que esto se debía a su carácter esporádico, a la escasez de misioneros y a la falta de recursos materiales para desarrollarlas en mejores condiciones. Esto se agravaba por el hecho de que la amplia extensión de las parroquias y el número reducido de sacerdotes no permitía que la tarea fuera continuada y profundizada  posteriormente.

De ahí que el obispo se esforzara por todos los medios posibles para involucrar a la comunidad toda en la tarea misionera, aumentar los recursos  y profundizar la actividad de anuncio del evangelio.

B- LA ANIMACIÓN MISIONERA DE LA COMUNIDAD CRISTIANA

A menos de un año de su asunción a la silla episcopal, Fray Reginaldo Toro daba origen a la Sociedad Cooperadora de las Misiones Católicas, institución destinada a comprometer a los cristianos de su diócesis en el apoyo a las misiones que se desarrollaban en el territorio del obispado.

En la carta pastoral que establecía esta agrupación el prelado explicaba la urgencia de la realización de misiones en todo el territorio a su cargo, apelaba a la buena disposición de los sacerdotes regulares y seculares para ofrecerse como misioneros y  recordaba a todos los fieles “cuán honroso y saludable será para cualquiera el asociarse a la realización de tan nobles fines, sea erogando su óbolo, sea concurriendo con su trabajo personal”.

La sociedad, establecida bajo el patrocinio de San Francisco Solano,  tenía por objetivo “promover y fomentar con recursos pecuniarios la obra de las misiones católicas en todas las parroquias del obispado de Córdoba”, además de promover un plan integral que permitiera que se desarrollaran en todos los lugares durante casi todo el año.[16]

La Sociedad constaba de un Centro Diocesano y una filial en cada parroquia., a la cual podían asociarse los fieles de ambos sexos con la condición de pagar un peso con veinte centavos al año para ser invertidos en las misiones.

El Centro diocesano se encargaba de determinar en que fechas y sitios tendrían lugar las misiones, informar a los centros parroquiales correspondientes, conseguir los sacerdotes misioneros y costear sus gastos de conducción, permanencia y retribución. Debía anotar en un libro especial los trabajos realizados en cada misión, consignando número de comuniones, confesiones, confirmaciones y matrimonios, nombre de los misioneros y de los pueblos visitados. También llevaba el registro de los socios, las cuentas propias y de cada centro parroquial y tomaba cuenta de la obra que cada filial desarrollara a favor de las misiones. En el ámbito más puramente espiritual estaba encargado de hacer celebrar cada semana una misa en el altar de San Francisco Solano en la Catedral por los bienhechores de la Sociedad. Los centros parroquiales desarrollaban similar tarea en su ámbito jurisdiccional, pudiendo también  informar al Diocesano acerca de las necesidades más urgentes de la parroquia y los puntos más necesitados de acción misionera. Cuando se llevaba a cabo una misión en su zona debían fomentar la participación masiva y ordenada en la misma.[17]

La Sociedad de las Misiones Católicas quedó oficialmente establecida el 24 de julio de 1889 y a partir de entonces se propagó rápidamente. El 29 de julio se designaban, a pedido del correspondiente párroco, los vocales  para los centros parroquiales de San Justo, Remedios, Río Segundo, Santa Rosa, San Jerónimo, Sobremonte y Colonia Caroya. El 18 de agosto se hacía otro tanto con algunas parroquias más, cuyos nombre no hemos identificado y el 7 de septiembre con las de Anejos Norte, Totoral, Tránsito y Chalacea. También se inauguraron filiales en muchas más parroquias, que no podemos precisar pues la solicitud solo incluye el nombre del párroco y no el de su sede parroquial. [18]

El celo misionero del obispo Toro no solo se manifestó  en la obra de apoyo a las misiones en su diócesis, también se ocupó de restaurar la Obra de la Propagación de la Fe, instalada por su antecesor Manuel Álvarez en 1877. Esta tenía por objetivo organizar en la diócesis “la grandiosa obra de la Propagación de la Fe”mediante la recolección de limosnas y la oración. En 1891 y como estaba a punto de desaparecer por muerte de casi todos los miembros de su Comisión Central, Toro determina restaurarla, nombrando nuevos miembros y otorgando un nuevo impulso a su acción.[19]En 1898, la diócesis fue  visitada por el Padre Fernando Terrien, Delegado por los Consejos Centrales de dicha Obra para recoger limosnas  entre  los  católicos de la diócesis. En esa ocasión, el obispo Toro da a conocer la encíclica sobre la actividad misionera escrita por León XIII  en 1894 y la acompaña de una carta pastoral para sus fieles. En ella insiste en la grandeza de la labor de anuncio del Evangelio entre los que no conocen a Dios y en la urgencia de que todos los cristianos  sientan ésta como una responsabilidad propia. Para apoyar en forma más efectiva esta inquietud de solidaridad universal, decide nombrar un nuevo Director Diocesano, recomienda a los curas que formen comisiones parroquiales para que los fieles se asocien donando 0,20$ mensuales o $ 2 al año y rezando ciertas oraciones y concede indulgencia a ciertas celebraciones que dispone se realicen en fechas pre establecidas para “fomentar el espíritu” de este apostolado. Es significativa la exhortación que en dicha pastoral dirige a los sacerdotes, pues expresa el sentimiento universal que animaba su pensamiento y su corazón:

“¡Sacerdotes del Señor! Haced con vuestra santa explicación que los feligreses busquen los medios para conseguir la gracia y viviendo asociados con tan pequeño sacrificio alcancen la conversión del mundo entero. La caridad vence las dificultades y hace, con la fe, lo que Dios promete”[20].

CONSIDERACIONES FINALES

Llegado este punto de la exposición, estamos en condiciones de concluir que el obispo de Córdoba, Fray Reginaldo Toro desarrolló una obra misionera de carácter realmente integral. Conociendo profundamente su región y  seriamente comprometido con la situación del momento, comprendió los efectos que el laicismo y el abandono de la fe podían causar en la gente. Imposibilitado de evitarlo, se abocó a aligerar sus efectos. En el ámbito urbano, la educación podía ofrecer una respuesta válida. En el espacio rural, en cambio, había que implementar otras soluciones. Allí  las misiones podían ser un medio eficaz de re-cristianización  e implantación de las costumbres éticas y religiosas. Por otra parte, permitían desarrollar el sentido comunitario, pues en ellas podían y debían tomar parte todos los cristianos de cualquier condición y, de esta manera, favorecían la madurez del compromiso de los fieles en la extensión del Reino.

Su firme compromiso con sus ovejas y con su patria no le impidió participar de la universal responsabilidad misionera de la Iglesia y sentirse solidario con los hombres que no conocen a Dios y con los misioneros que procuraban anunciarles el Evangelio, y animar a los cristianos a abrir sus corazones a la realidad de esos hermanos, tan necesitados como los más cercanos. En su corazón la caridad alcanzaba dimensiones universales, aunque no por eso se volvía  algo teórico y abstracto, sino que estaba en permanente búsqueda de  nuevas manifestaciones, de nuevos requerimientos a los cuales dar nuevas respuestas.

Según su costumbre, detectada la necesidad, Fray Reginaldo no perdió tiempo para ofrecer soluciones. Las misiones no eran sino una manifestación de su original vocación de predicador, llamado a buscar los mejores medios para  hacer crecer la semilla de la Palabra en el terreno de los corazones humanos.

Gabriela A. Peña (20 de agosto de 2004)


[1] Es preciso tener presente  que el este trabajo es complementario de las exposiciones  sobre la época de la generación del ´80, del profesor Marcos Lucarelli y  sobre el positivismo y el entorno ideológico de Fray Reginaldo Toro, de la Hna. Liliana Alfonzo, razón por la cual da por supuesto el contexto social, económico, político e ideológico de la labor estudiada.

[2] ABATE BERGIER: Diccionario de Teología, tomo tercero, París, Garnier Hermanos, 1854, pag. 468.

[3] Cfr. Idem, pag. 465  y Sacramentum Mundi. Enciclopedia teológica, tomo cuarto, Barcelona, Herder, 1973, pag. 630.

[4] ANGEL SANTOS HERNANDEZ: Misionología. Problemas introductorias y ciencias auxiliares, Santander, Sal Térrea, 1961, pag. 22.

[5] Código de Derecho Canónico, canon 1349.

[6] Carta pastoral de6 de julio de 1889 en ARCHIVO DEL ARZOBISPADO DE CÓRDOBA (en adelante: AAC) , legajo 53, tomo I

[7] SANTIAGO BARBERO, ESTELA ASTRADA Y JULIETA CONSIGLI: Relaciones ad limina de los obispos de la diócesis del Tucumán (siglos XVII al XIX), Córdoba, Prosopis editora, 1995, pag. 218-220)

[8]  Carta al ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública de la Nación, 7 – 2 – 1891, en AAC, Copiador de Cartas Secretaría del obispado. 1882-1902

[9]  Idem, Ibidem.

[10] RUBÉN GONZÁLEZ: Los dominicos en Argentina. Biografías.II, San Miguel de Tucumán, Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, 2000, pag. 111-112

[11] Él mismo lo expresaba en la carta anteriormente mencionada, al decir:”He practicado la visita canónica personalmente o por medio de mis encargados […]y puedo asegurar a V.E. que debido a las misiones que he procurado que se tengan al mismo tiempo, el fruto obtenido ha sido satisfactorio”.(Idem, Ibidem. El subrayado me pertenece).

[12] Por ejemplo: en agosto de  1889  el vicario partió a visitar el curato de San Martín “acompañado de dos padres jesuitas y de otro sacerdote con el fin de dar misiones”(AAC, Copiador de cartas secretaría del obispado. 1882-1902, f 138).

[13] Solamente a manera de ejemplo  puede decirse que así ocurrió en 1902 en el curato de Calamuchita, visitado por el obispo auxiliar Filemón Cabanillas, que fue acompañado por los jesuitas Padre Vicente Campos y Padre Ladislao Valenzuela, quienes recorrieron toda la jurisdicción parroquial dando misiones en cada pueblo o capilla que el prelado visitaba.

[14] En mayo de 1894 el diario Los principios daba cuenta en su edición del día 13 que los jesuitas se encontraban misionando en la zona de Calamuchita, los dominicos en Jesús María y los mercedarios en otras regiones de la provincia y que en unos días más el obispo partiría a Jesús María para completar la tarea realizando la inspección canónica. El mismo diario informaba respecto de esta misión el 10 de mayo de 1894 que los Padres dominicanos eran acompañados por los curas de Río Ceballos y Totoral y el capellán de Colonia Caroya, todos del clero secular. En julio  del mismo año el obispo compartiría tarea apostólica en Arroyito con los Padres Infante y Villarubia de la Compañía de Jesús, Pedraza de la Orden de la Merced y Correa, del clero diocesano.(Cfr. Los Principios,10 y 13 de mayo de 1894 y 12 de julio de 1894)

[15] Idem, Ibidem. El subrayado me pertenece.

[16] Carta pastoral de6 de julio de 1889 en AAC, legajo 53, tomo I

[17] Estatuto de la Sociedad Cooperadora de las Misiones Católicas en la diócesis de Córdoba, en AAC, legajo 53, tomo I.

[18] Idem, Copiador de cartas  secretaría del obispado. 1882-1902, f 131 -332.

[19]Idem, Libro de autos. 1876-1905, f 143. La Obra de la Propagación de la Fe había sido fundada en Francia por Pauline Jaricot, quien , siguiendo el modelo de las misiones protestantes, había organizado un sistema  de recolección de limosnas para las misiones extranjeras. El surgimiento de esta y otras obras de apoyo a las misiones – como la organización de la Santa Infancia o Infancia Misionera –  corresponden a un verdadero despertar del interés por esta actividad que algunos autores califican como el “romanticismo misionero del siglo XIX”. Esta corriente se extendió en toda la Iglesia universal y, lógicamente, también a nuestro país. (Cfr. JEAN COMBY: Para leer la historia de la Iglesia. 2: Del siglo XV al siglo XX, Estella, Verbo Divino, 1998)

[20] Carta pastoral, 23 – 5 –  1898, ARCHIVO DE LAS HERMANAS DOMINICAS DE SAN JOSÉ (ADSJ), carpeta 2, sección “labor episcopal”, documento 7.

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