“…Tu estarás conmigo … tu vara y tu bastón me infunden confianza…” (Salmo 23, 4)

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En este mes de julio hemos sido invitados de manera especial a custodiar la amistad y la ancianidad, dos realidades que, bien vividas, ensanchan el corazón.

Recordemos que recientemente el Papa Francisco, en su misión de Pastor, ha escrito un Mensaje en ocasión de la Primera Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores, bajo el lema: “Yo estoy contigo todos los días”.

En este mensaje nos manifiesta que si bien, el tiempo que estamos viviendo (“la pandemia”), ha sido “una dura prueba que ha golpeado la vida de todos”, las personas mayores en general han experimentado un tiempo de mayor soledad, algunos se han enfermado y otros “tantos se han ido o han visto apagarse la vida de sus cónyuges o de sus seres queridos”

En el transcurrir de los años de cada persona, se acrecienta el deseo de vivir, en plenitud, la misión a la que cada uno de nosotros ha sido llamado.

Tenemos la convicción de que Dios nos cuida con ternura y quiere saciar nuestra sed de vida, de amor y de felicidad; Dios nos mira con ojos atentos y conoce los anhelos que tenemos en nuestro corazón y la esperanza de caminar en Su presencia anunciando el Evangelio que nos trae vida nueva.

Pero también el paso de los años deja en evidencia la fatiga, el cansancio, el dolor, el desánimo, el desgaste físico y en muchos casos la enfermedad…

Y Dios, en estas experiencias dolorosas, sigue manteniendo con nosotros una alianza de vida, de sueños, de cuidados, de futuro….

Nuestro Padre Reginaldo, movido por su gran amor a la Iglesia, llevó adelante cada misión que Dios le encomendó, con la certeza de saber que su respuesta a estos designios estaba sostenida por una “fe firma y sincera”.

En su misión de Prior Provincial (como fraile dominico), de Fundador (de las Hermanas Dominicas de San José) y de Obispo (de la Diócesis de Córdoba) se entregó de manera incansable, sabiendo que su tarea sería la de un Padre y Pastor que abraza, protege, cuida, escucha, corrige, consuela y custodia la vida.

La enfermedad: especial cercanía de Dios

En 1985 el Papa Juan Pablo II (hoy San Juan Pablo) les hablaba a los enfermos del Perú: “Todo hombre en su sufrimiento puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo. La enfermedad es siempre un momento de especial cercanía de Dios al hombre que sufre. Jesús se acercó a los enfermos con Amor y les tendió su mano bondadosa. Esta actitud de Jesús es uno de los rasgos del corazón cristiano. Pido al Señor, con afecto de hermano, que no consideréis vuestras vidas ni este tiempo de enfermedad como realidades inútiles. Estos momentos pueden ser ante Dios los más decisivos para vuestras vidas, los más fructíferos para vuestros seres queridos y para los demás”.

Nuestro Padre Reginaldo también vivió su enfermedad en esta clave uniendo su dolor al de Jesús en su misión redentora en la cruz.

En el transcurrir de los años de nuestro Padre Reginaldo mientras realizaba una visita pastoral en Santa Rosa de Río Primero (en octubre de 1900) el desgaste físico de su vida entregada en plenitud, sufre una hemiplejía, por lo que su salud comenzó poco a poco a deteriorarse.

Reginaldo vivió su larga enfermedad con entereza y fortaleza hasta el final de sus días. En noviembre de 1902, ya postrado en el lecho de dolor, anuncia a través de un “auto episcopal”, la delegación de la Diócesis en el Vicario General:  Monseñor Filemón Cabanillas.

«Obligación de mirar nuestra salud»

Ya no tiene fuerzas para seguir, es por eso que escribe: (dejo)

“… el camino para desempeñar decorosamente los deberes del Obispado (que no podemos personalmente) por medio de un delegado, atendiendo únicamente a la obligación que nos incumbe de mirar por nuestra salud. Y así lo hemos dispuesto con plena deliberación esperando, con resignación cristiana, el momento en que el Señor sea servido de poner término a nuestros padecimientos morales y físicos que nos impiden su servicio personal en el trascendental cargo que tan inmerecidamente nos fuera encomendado”.
A partir de ese momento y hasta el final de sus días empezó a vivir y a experimentar que el carisma que nos dejó a las hermanas de abrazar a la humanidad doliente debía vivirlo desde su propia humanidad sufriente.

Durante la enfermedad de Reginaldo tiene confianza plena que “la vara y el bastón” con que supo conducir “a la grey” que le fue confiada, hoy lo sostiene a él.

  • Vive su enfermedad con plena conciencia de la cercanía de Dios

Es sabido de todos que son inescrutables los designios que el Dios de la misericordia y bondad – adorado y reconocido en el seno de la Iglesia, nuestra madre piadosa – tiene sobre todos y cada uno de nosotros para conducirnos, como por la mano a los secretos destinos que serán nuestra eterna felicidad

  • Vive su enfermedad reconociendo el dolor que experimenta su corazón:

“Sí, carísimos hijos, amargas lágrimas saboreamos a diario, brotadas de la honda pena que circunda nuestro espíritu por los incesantes asaltos que hace a nuestra mente y atribulado corazón este fatídico pensamiento que por vía de consuelo nos permitimos manifestaros – con la mayor sinceridad – de no poder ser el guía forzado y práctico de vuestra fe religiosa y mandamientos divinos que todos debemos confesar y practicar a la luz del medio-día para alcanzar la segura salvación de nuestras almas”.

  • Vive su enfermedad, sostenida en la Bondad y Misericordia de Dios que guía y consuela cada momento de su vida:

“… para que se digne guiarnos a todos, en este valle de lágrimas y miserias, por el recto sendero de su divina voluntad con los esplendores de la fe que tenemos la dicha de profesar y encender en nuestros corazones el fuego divino de la caridad para que por ella gocemos de la verdadera paz y pureza de conciencia en todos los actos de nuestra vida y nos sea dado edificar al prójimo con el ejemplo de nuestras buenas obras y de alabanza y gloria al Padre Celestial».

Rostros y amor fraterno

La enfermedad siempre tiene un ROSTRO: el propio, el de un abuelo o abuela, el de un padre o de una madre, el de un hijo, el de un hermano, el de un amigo; incluso tienen rostros aquellos enfermos que son ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales…

El que está enfermo necesita de la cercanía, la compasión, la solidaridad, el consuelo, el servicio, el amor fraterno de quienes lo acompañan y cuidan con paciencia, con responsabilidad, con verdadera paz. Ambos encuentran su fortaleza en el mandamiento del Amor.

Silla de ruedas utilizada por fray Reginaldo. Museo Reginaldo Toro. Casa Madre

El Padre Reginaldo, estando en ejercicio de sus funciones como guía y Pastor, casi en sus últimos 4 años padeció y sufrió con santa resignación y paciencia la dura prueba venida de la mano de Dios:

“… no nos es dado minorar nuestras angustias compartiendo con ellos la dulzura y suavidad del yugo del Señor, que llevan aparejadas las obras hechas personalmente en favor del prójimo y mucho menos, si consideramos el estado tan elevado en que inmerecidamente nos vemos constituidos para desvivirnos por vuestro bien y no para otro fin. ”

A María, nuestra Madre del Rosario, a quien el Padre Reginaldo amaba entrañablemente desde su niñez, le confiamos a todos aquellos ROSTROS que sufren hoy la enfermedad, para que abran los oídos de su corazón a Dios que cada día nos dice: “yo estoy contigo … toma mi bastón y camina con la confianza y la esperanza que sostengo tu vida con AMOR y MISERICORDIA”

 

Escribe: Hna. Fabiana Figueroa, Córdoba

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