Preparaba su alma para entrar en la mansión excelsa de Dios

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En un nuevo aniversario de la partida a la casa del Padre, de fray Reginaldo Toro, leemos en el diario Los Principios la gran cobertura sobre su muerte. Bajo el título: «Fallecimiento y sepelio del Ilustrísimo Fray Reginaldo Toro, Obispo de Córdoba«, año XI, 22 y 23 de agosto de 1904.

  • Relata su vida y obra, sus últimas horas, sepelio, su testamento.
  • Algunos discursos pronunciados por el Dr. Pedro Garzón y del Dr. Julio Rodríguez de La Torre, las condolencias de los Obispos y del Presidente de la República quien decía: «Al Obispo Cabanillas -Córdoba- recibí ayer su telegrama en el que me avisaba la muerte del Obispo Toro a quien siento de veras, pues le profesaba verdadera amistad y estimación. Que Dios lo tenga en su santa gracia son los votos de su affmo. Julio A. Roca. Buenos Aires 22 de agosto». 
  • Honras oficiales, el homenaje del Senado, la sede vacante y la forma de designar al sucesor (de la terna propuesta por el Senado).
  • Bulas de Monseñor Toro en que se lo instituye Obispo de Córdoba.
  • Cuadro sinóptico con los nombres de los Obispos diocesanos de Córdoba del Tucumán donde podemos observar que Reginaldo es nombrado siete años después de Fray Mamerto Esquiú, y sucede a Fray Juan Tisera, ambos franciscanos.

El Diario Los Principios, en su tamaño sábana, cierra su homenaje a Fray Reginaldo, con un artículo del Dr. Jacinto Ríos: «El Obispo», escrito que lo hizo al recibir la Diócesis, palabras bellas y profundas van describiendo la labor que asumía nuestro padre que puede resumirse en las palabras de San Pablo sobre Jesucristo: «Amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella».

Compartimos algunos textos de la nota citada:

La enfermedad y agonía de monseñor Toro

Tres años y diez meses ha durado la enfermedad de monseñor Toro,  cuyo desenlace fatal deploramos actualmente.

El 25 de octubre del año 1900 y en circunstancias en que pontificaba en una función religiosa en Santa Rosa, sufrió un repentino  ataque cerebral,  qué provocó la parálisis parcial del paciente.

Conducido a ésta y atendido enérgicamente pudo salvar la vida;  no así recobrar la salud que fue agravándose con el desarrollo de la parálisis que al poco tiempo dominó su organismo casi en su totalidad, no permitiéndole sino pequeños movimientos del cuello.

Con una resignación ejemplarísima el virtuoso prelado ha soportado durante un largo tiempo los rigores de su penosa enfermedad sin proferir una sola queja y con la mansedumbre propia de sus altas virtudes.

Más de una vez,  en el largo y penoso proceso de la terrible dolencia,  la vida de monseñor Toro estuvo en inminente peligro, qué pudo dominar su robusta naturaleza y los oportunos auxilio de la ciencia (…)  los solícitos cuidados de las personas que lo atendían.

En un principio fue atendido por el doctor Jerónimo del barco, mediante el régimen curativo prescripto  por el doctor Güemes. Cuando el doctor del Barco trasladóse a Buenos Aires,  quedó al cuidado de su asistencia el doctor Ernesto del Campillo, como médico de cabecera del venerable enfermo.

Hace cinco días el estado de monseñor Toro sufrió una repentina reagravación que alarmó a los que le rodeaban, requiriendo la presencia del doctor del Campillo quien reunió en junta a los Dres. Vernazza y Allende, como oportunamente dimos cuenta a nuestros lectores.

La ciencia fue impotente una vez más contra decretos inexcrutables de la Providencia y la agonía de monseñor Toro comenzó en la noche del sábado.

Asistido por el señor Provisor, canónigo Bustos, el secretario del Obispado, canónigo Márquez, el teniente cura de la Catedral y los RR.PP dominicos Posadas, Pucheta y Roldán, que rodeaban su lecho, el ilustre enfermo fue poco a poco perdiendo el uso de la palabra contestando por signos a las preguntas que se le hacían y acompañando las oraciones que se rezaban con señales de asentimiento, preparando su alma para entrar en la mansión excelsa de Dios.

Administráronsele los Santos Sacramentos y pasó el resto de la noche en un estado de inconsciencia que acentuaba el período agónico.

Los médicos lo reconocieron a las nueve de la mañana del domingo diagnosticando el caso imposible de reacción y en efecto, la vida del ilustre enfermo fue extinguiéndose poco a poco, sin espasmos ni convulsiones; dejando de existir a la una y cuarenta y cinco de la tarde del domingo, hora en que cerrando los ojos, volaba su alma, purificada con el sufrimiento a las regiones celestiales.

 

Sepelio del Obispo

Constatado el fallecimiento de monseñor Toro se instaló el cadáver en la capilla ardiente improvisada en el salón de recepciones del palacio, e inmediatamente un numeroso público llenó la habitación, el zaguán y todo el frente del edificio, porque todos querían ver el cadáver y dedicarle sus oraciones.
La concurrencia a pesar de que se renovaba constantemente era tan numerosa, que tuvo que acudir la policía y establecer una estricta vigilancia, para evitar apretones y accidentes propios de las grandes aglomeraciones.
La capilla ardiente estuvo hasta altas horas de la noche llena de gente que iba a orar, asistiendo numerosas damas y caballeros de nuestra alta sociedad.
Las autoridades religiosas también se turnaron (…) su pastor y rezando por el eterno descanso de su alma.
  • Las campanas de todos los templos han redoblado desde el domingo a la tarde y durante todo el día de ayer.
  • Ayer desde las primeras horas de la mañana se rezaron misas en todos los templos, por el alma del Obispo, y la concurrencia volvió a acudir al palacio Episcopal, renovándose las preces.
A las nueve de la mañana una parte de las tropas de la guarnición, en que estaban representadas las tres armas formaban en la Avenida Vélez Sarsfield -en traje de parada- con sus banderas y cajas enlutadas.
A las diez de la mañana, el cadáver fue trasladado a la Catedral, conducido por un numeroso cortejo formado por personas de todas las clases sociales y custodiado por el piquete de Bomberos con la Banda de Música de la Provincia.
Las tropas hicieron los honores respectivos y todas las bandas tocaron marchas fúnebres.
En la Catedral la concurrencia era enorme. Allí estaba todo el Venerable Cabildo, los seminaristas, todas las comunidades religiosas; el Gobernador y Vice de la Provincia, sus ministros, el Intendente Municipal, etc., y numerosa concurrencia de damas, señoritas y caballero s de nuestra sociedad distinguida y también de gente del pueblo.
Los funerales fueron oficiados por el Ilustrísimo señor Obispo Ferreyra asistido por todo el cabildo esclesiático y acompañado por una gran orquesta.
Concluida la misa, se entonaron responsorios por todas las comunidades, bendiciendo el cadáver, monseñor Ferreyra.
Terminada la ceremonia, se organizó nuevamente el cortejo conduciendo el cadáver al templo de Santo Domingo.
Las tropas volvieron a rendir los honores de ordenanza, que son iguales a los que corresponden a general de división.
En el templo la concurrencia numerosísima se estuvo renovando constantemente hasta la hora de la inhumación de los restos.
El sepelio tuvo lugar ayer a las cuatro y media de la tarde ante una numerosísima concurrencia que llenaba materialmente el templo de Santo Domingo.
El cadáver fue llevado hasta el pretil, donde los doctores Pedro N. Garzón y Juio Rodríguez de la Torre pronunciaron los discursos que publicamos más abajo.
Seguidamente se trasladó de nuevo el cadáver al templo, donde se rezaron por monseñor Yáñiz los responsos de práctica, procediéndose a la inhumación que se hizo en la tumba que se había abierto en el coro detrás del altar mayor, al lado de la sepultura del venerable padre Olegario Correa.

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