Aprender del Corazón de Jesús

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Para Reginaldo, el corazón es el lugar donde se guardan sentimientos y conocimientos, es como dice él el depósito de los afectos más virtuosos. En el corazón se imprimen, se estampan, se rubrican las buenas intenciones y deseos, las devociones y las motivaciones que guían en la vida.

Quería que sus religiosas descubrieran la importancia de «tener un solo corazón y una sola alma«. Pedía a cada hermana que “forme en su corazón una deliciosa soledad donde Dios le dice a cada instante palabras de dulzura celestial. Toda su labor estuvo dedicada a la formación del corazón y de la inteligencia.

En Reginaldo encontramos un corazón de padre que busca por “innumerables medios” que sus hijos y hermanos se nutran del mismo Corazón de Dios, “del Corazón de nuestro amabilísimo Jesús”.

Descubrimos un corazón que bebiendo del Sagrado Corazón, hizo carne hasta su muerte la mansedumbre, la humildad, la paciencia, la caridad. Con su ejemplo y sus palabras enseñaba estas virtudes que marcaron su vida. Un corazón sacerdotal, como nos comparte fr Marcosque supo decir “Hágase” al Señor en las etapas más diversas y difíciles de las responsabilidades de su vida, en medio del trabajo extenuante, entregado, paciente y manso por el rebaño de Jesús”. Un corazón de pastor incansable, misionero y orante, activo y contemplativo.

Hablar del corazón de Reginaldo nos remite al Corazón de Jesús, ya que buscó identificarse con el Amor misericordioso de Aquel que “sana a los corazones rotos, y venda sus heridas” (Sal 146), que llama a todos “los que están fatigados y agobiados” para darles alivio y que se muestra “manso y humilde de corazón” (Mt. 11,28-30).

Escribía a las hermanas Han recogido de los Corazones de Jesús, María y José y de mi Padre Domingo, el amor a la humanidad, el llanto a la miseria, el consuelo al menesteroso, el auxilio al necesitado, y lo que es todo en la vida humana la conformidad con la voluntad de Dios”. Esa es la fórmula, el secreto de Reginaldo que hoy nos deja, contemplar y aprender de esos corazones, abrazar a la humanidad que nos interpela, nos necesita, que está a nuestro lado, en nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo, de estudio y también en aquellos que sufren por no tener comida, vivienda, trabajo, salud, paz, consuelo.

Su ejemplo nos anima trabajar con constancia para que nuestro corazón sea semejante al de Cristo.

Ornamentos y vasos Sagrados que utilizó n.p. Reginaldo Toro, se encuentran en el Museo de Casa Madre.

Ornamento de fr. Reginaldo
Detalle de Calíz
Detalle de Cáliz
Cálices pertenecientes a fr. Reginaldo
Detalle de Cáliz

 


Monseñor Reginaldo Toro,Obispo, participó en 1899 del 1er. Concilio Plenario de Latinoamérica. Allí todos los Arzobispos y Obispos que participaron, consagraron el continente al Sagrado Corazón de Jesús, pedido que había realizado el Papa León XIII de consagrar todo el mundo.

Oración que rezó nuestro padre en esa oportunidad:

Al Sacratísimo Corazón de Jesús

Fórmula de consagración 1899

Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, míranos postrados humildemente ante tu altar. Tuyos somos, y tuyos queremos ser; mas para que podamos estar más firmemente unidos a Ti, hoy nuestro corazón se consagra espontáneamente a tu Sacratísimo Corazón. A ti, ciertamente, muchos jamás te han conocido; a ti muchos te han repudiado, despreciando tus mandamientos. Ten compasión de unos y otros, benignísimo Jesús, y atrae a todos a tu sagrado Corazón. Sé tú el rey, oh Señor, no sólo de los fieles que nunca se apartaron de Ti, sino también de los hijos pródigos que te han abandonado: haz que ellos vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de miseria y de hambre.

Sé el rey de aquellos a los que tienen engañados las opiniones erróneas, o la discordia separados, y vuelve a llamarlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que pronto haya un solo rebaño y un solo pastor. Sé el rey, en fin, de todos los que se viven en las antiguas supersticiones paganas y no rehúses liberarlos de las tinieblas y trasladarlos a la luz y al reino de Dios. Concede, Señor, a tu Iglesia que [permanezca] incólume, libre y segura; concede a todas las naciones la tranquilidad del orden; haz que de uno a otro confín de la tierra resuene una sola voz: Sea alabado el Divino Corazón, que nos consiguió la salvación: a él la gloria y el honor por los siglos. Amén.

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