El corazón sacerdotal de Fray Reginaldo Toro

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18.08.20. Fr Marco Antonio Foschiatti op

Poder acercarse al corazón sacerdotal de un Siervo bueno y fiel del Señor, como fr Reginaldo Toro, es una tarea arriesgada, y un poco osada. Es entrar al santuario del corazón de un religioso fiel y generoso, que supo decir “Hágase” al Señor en las etapas más diversas y difíciles de las responsabilidades de su vida, en medio del trabajo extenuante, entregado, paciente y manso por el rebaño de Jesús. No es una tarea fácil, y hasta podría ser improvisada.

Quién conoce la hondura de un corazón sacerdotal sino el mismo Corazón de Jesús? Es este Corazón el que transforma nuestro pobre barro en sacramento de su Presencia, de su santificación, del gozo de la nueva creación que regala su Perdón, de la luz de su Palabra de Gracia y libertad, de la oración incesante por el pueblo de Dios, de vivir constantemente en Presencia de Dios Amor Trinidad, como exhortaba en tantas cartas y alocuciones nuestro querido Fray Reginaldo. Predicaba lo que vivía y bebía de las fuentes del Redentor, como su Padre Santo Domingo, sacerdote del Altísimo, que albergaba a todos en las entrañas de su compasión.

Camino sacerdotal 

No obstante, me arriesgo, en estas pocas palabras, a tratar de señalar algunos jalones de su camino sacerdotal, de seguimiento de Jesús, de ese sello de la Cruz a la cual fue configurando su vida y dejándola configurar con el Amor de Cristo Pastor supremo. Desde aquel 16 de septiembre de 1862 cuando recibe la sagrada ordenación y luego en el ofrecimiento de su sacerdocio en el altar, unido al Sacrificio de Jesús, sostenido por la Madre de los sacerdotes, María, nuestra Señora del Rosario del Milagro, la estrella de su oblación a Jesús, a quien se confiaba constantemente y por quién predicó y se sacrificó hasta contemplarla como Reina del pueblo cordobés, engalanada con la corona de amor de las rosas de infinitos rosarios y la áurea corona conseguida gracias a su petición al Papa León XIII.

Amor a María 

No puede leerse la vida sacerdotal de Fray Reginaldo sin esta relación filial con María, la Madre del Rosario, que le inspiró incontables misiones a los parajes más remotos, siempre predicando el Rosario, síntesis y escuela verdadera del Evangelio, contemplación de Jesús desde los ojos y el corazón de su Sierva. A sus mismos frailes, siendo Padre y Provincial, preocupándose vivamente por la calidad de su vida teologal, o sea su unión entrañable con la Santidad de Dios para poder santificar en y desde la Fuente, les exhortaba -en sus cartas- el rezo cotidiano y completo de la corona de Rosas de María. Como Padre y sacerdote para sus hermanos frailes, no siendo un mero administrativo, sino como San Pablo, queriéndolos engendrar con su oración, su palabra mansa y humilde, su penitencia, les exhortaba vivamente a amar a María para configurarse y experimentar las riquezas del Amor del Corazón sacerdotal de Jesús: «tenemos de nuestra parte al que nos dio el ser, al que nos redimió y dotó de muchos dones y nos dejó una Madre tierna y amorosa que nos comunique las inspiraciones que nacen del Corazón de nuestro amabilísimo Jesús.»

La práctica de los Ejercicios Espirituales 

Una preocupación incansable de fr Reginaldo Toro como obispo, en la plenitud del sacerdocio, ha sido confortar a su clero en la práctica de los ejercicios espirituales, tiempo gratuito regalado al Señor, para realizar siempre una nueva experiencia de Jesucristo; purificar sus almas en la Fuente de la Misericordia, ya que sólo el que gusta la Misericordia del Señor puede ser un servidor incansable y magnánimo de esa misericordia en los santos sacramentos.

En estas exhortaciones paternales a su clero siempre se citan versículos de los Evangelios, palabras vivas de Jesús, que impulsan al sacerdote a ser “luz” con la paciente y abnegada enseñanza; a ser “sal de la tierra” o sea a vivir el “gusto de Dios” a través de la sabiduría del Crucificado, para alejar toda corrupción de las costumbres y de la inteligencia en los fieles. Se encontraban los fieles tan zarandeados por un laicismo racionalista e iluminista, que buscaba arrinconar a los cristianos en las sacristías, sin permitirles el llevar la levadura fecunda del Evangelio a la sociedad, a la política, a la educación, a la formación de la verdadera humanidad; humanidad que sólo se descubre y realiza en la fe y el conocimiento de Jesucristo, Hijo del Padre e Hijo de María Virgen, revelador de la vocación humano-divina de toda persona humana como hijo e hija amada de Dios en Él.

Pastor misionero

Es hermoso destacar el trabajo sacerdotal en comunión, fomentado por Fray Reginaldo como Obispo, llevando consigo a las misiones o novenas en las parroquias y curatos más distantes a buenos sacerdotes diocesanos y religiosos para que le ayudaran en la predicación, la catequesis, las confesiones, en el consuelo a los necesitados y atribulados. Fray Reginaldo vive hondamente -por ello cita con frecuencia este diálogo de Jesús Resucitado con Pedro- “Me amas. Apacienta mis ovejas”. Apacentar, buscar las ovejas perdidas, vendar las heridas, no amedrentar las ya cansadas o agobiadas sino alentarlas al encuentro con el Corazón de la Misericordia de Dios; así comprende Fray Reginaldo su “don y misterio” del sacerdocio, como respuesta de amor a Jesús.

Pasión por la formación 

Como buen dominico, Fray Reginaldo insistirá en la necesidad de un clero formado, instruido. Por ello, exhortando a la formación y al estudio de la divina Palabra, para poder irradiar su Luz, fr Reginaldo cita, varias veces, las palabras del profeta Malaquías: “Los labios del sacerdote guardan la ciencia, y la ley se busca en su boca: porque él es el mensajero del Señor” (Mal 2, 6-7).

Dirá a sus sacerdotes acerca de la formación teólogica y espiritual unido al celo, el amor del Señor y las almas: «Sea celoso, dice San Bernardo, pero que la caridad inflame vuestro celo; fórmelo la ciencia, afírmelo la constancia, sea ardiente, prudente y circunspecto, sea invencible”.

Y, junto a la preocupación por la formación del clero, la paciente y sólida educación en las ciencias humanas a los jóvenes, la formación de la mujer, el incremento de la piedad y la oración, para lo cual enriquecerá a Córdoba con una nueva congregación: las Hermanas Dominicas de San José. Asimismo fundará el colegio Santo Tomás, confiado a los Padres Escolapios.

Fray Reginaldo se preocupará de que toda miseria humana, en especial en grandes tiempos de carestía o la peste del cólera, sea arropada por la humanidad de Jesucristo, buen samaritano, a través de sus Hermanas Dominicas y su celoso clero, entre los cuales sobresale el Santo Cura José Gabriel del Rosario Brochero. Como Brochero, también Fray Reginaldo Toro podía decir, que la vida del sacerdote encuentra su fuente y plena alegría en la Eucaristía, celebrada cotidianamente con amor, uniéndose el sacerdote con todos sus fieles, ofreciéndolos, en la oblación de amor de Cristo en la Eucaristía “Milagro de Amor”.

 

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