En el mes de agosto, fray Reginaldo fue consagrado Obispo en la Iglesia Santo Domingo de Buenos Aires. El 19 de agosto de 1888, el Arzobispo de Buenos Aires, Mons. León Federico Aneiros, elegido por él tal vez por su cercanía a los frailes de aquella ciudad, y sus afinidades.

En la Bula Pontificia leemos:

Bula Pontificia de la elección episcopal. Archivo de las Hnas. Dominicas De San José

León obispo, siervo de los siervos de Dios, a nuestro querido hijo Reginaldo Toro, obispo electo de Córdoba, salud y bendición apostólica. Habiendo Nos, hoy, provisto la Iglesia episcopal de Córdoba, en la República Argentina, en la América Meridional, que estaba vacante, en tu persona, acepta a Nos y nuestros venerables hermanos los Cardenales de la santa iglesia romana, por los méritos que te adornan, habiéndote constituido su obispo y pastor, como más plenamente se contiene en nuestras letras dadas ad hoc, Nos deseando favorecerte en cuanto ceda en tu comodidad, te concedemos que libremente puedas recibir la consagración, en esa región, de manos de cualquier obispo católico, que más quisieres, con tal que esté en gracia y comunión con la Sede Apostólica, con la asistencia de dos presbíteros constituidos en dignidad (siempre que no puedan ir cómodamente otros dos obispos católicos, que estén igualmente en gracia y comunión con la Sede Apostólica) y por las presentes damos al mismo obispo plena y absoluta facultad para que, habiendo recibido antes de Sí en nuestro nombre y en el de la Iglesia romana, el acostumbrado juramento de fidelidad, según la fórmula siguiente, pueda lícitamente consagrarte.

Escribe el fraile dominico Moyano en las necrológicas: «El R.P. Toro, en los primeros días de Agosto, se traslada a Buenos Aires, toma su retiro espiritual, oportunamente, presta juramento según lo prescribe la Bula Pontificia. Ante el Ilmo. Y Rmo. Señor Arzobispo Dr. Federico Aneiros; y el día 19 del mismo mes, es consagrado obispo por el Ilmo. Sr. Arzobispo indicado, en nuestra Iglesia de Santo Domingo de Buenos Aires.
Y, el 24 de Agosto a la una p.m. salió de la Metrópolis con el cortejo que de aquí y de allí le
acompañaba a tomar posesión de su diócesis; el 25 a las 9 a.m. se le hizo recepción canónica y solemne: Por el ilustre Cabildo, clero secular, comunidades religiosas, primeros Magistrados, altos personajes de esta culta sociedad y por un numeroso pueblo creyente y decidido a rendirle los correspondientes homenajes al legítimo Pastor«.

El Diario «Los Principios» publica el día del fallecimiento de Monseñor Toro, un artículo que escribiera el Dr. Jacinto Ríos, periodista católico. Es bueno traerlo a la memoria para comprender la magnitud de tal servicio en la Iglesia.

«El más brillante de los periodistas católicos que ha tenido nuestro país, el doctor Jacinto R. Ríos, honra del clero de Córdoba, por su vastísima ilustración, su carácter y sus virtudes, consagró el siguiente bellísimo artículo al Iltmo. Señor Obispo Toro, publicado en “El Porvenir” el día en que se recibió de la Diócesis, artículo que ha de ser leído ahora con gusto por los lectores de Los Principios:

EL OBISPO

Queriendo señalar las relaciones de Jesucristo con la Iglesia, el apóstol San Pablo ha dicho: “Jesucristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”; Chritus dilexit Ecclesiam et se ipsum tradidit pro ea. Estas palabras expresan el ideal de un obispo y el compendio de sus deberes hacia la porción del rebaño universal que le ha sido confiada, porque él guardaba la debida proporción, tiene con su diócesis las mismas relaciones que Jesucristo con la Iglesia.

Las funciones de un Obispo son múltiples. El debe ser el doctor de la fé de cuya íntegra conservación depende la salud de las almas; el defensor de la libertad de la Iglesia sin la cual ésta no puede desempeñar su divina misión; y el custodio de la disciplina eclesiástica, que es la norma de las virtudes cristianas. También debe ser, el padre de los pobres, el amparo de los huérfanos y el protector de los débiles al mismo tiempo que corresponde dar a los felices del siglo las amonestaciones propias para que no abusen de las riquezas y para que la prosperidad no los pervierta; de modo que el Obispo se debe a todos, sabios e ignorantes, grandes y pequeños, justos y pecadores, y todo entero sin reserva ni excepción ninguna. Por eso decía el mismo apóstol San Pablo: “Yo me debo a todos”; Omnibus debitor factu sum.

Si tan grandes y augustas son las funciones que le incumben a un obispo, fácilmente se comprende que el Apóstol haya compendiado sus deberes en estas dos bellas palabras: amor y sacrificio. Amor a la Iglesia; sacrificio por ella. Amor tan vivo y solícito como el de un padre a sus hijos, tan tierno y fuerte como el de un esposo a su esposa, tan noble y sagrado como el de Jesucristo a su Iglesia. Sacrificio continuo y sin límites por el cual le consagra su reposo y sus fatigas, sus comodidades y trabajos, sus glorias y sus ignominias, y hasta su misma vida, por si fuere necesario, porque: “El buen pastor da la vida por sus ovejas, mientras que el mercenario huye”. Solamente cumpliendo fielmente estos dos sublimes deberes del amor y del sacrificio, puede un obispo llenas las augustas funciones que le impone su dignidad.

Según las enseñanzas de nuestra fé, juntamente con la plenitud del sacerdocio, el obispo recibe por la consagración episcopal los dones del Espíritu Santo que le infunden en su corazón ese espíritu de amor a la Iglesia y ese espíritu de sacrificio para inmolarse por ella, en el grado que necesita para cumplir su elevado ministerio. Con su poder maravilloso la consagración transforma al hombre débil, al simple sacerdote en el Pastor de las almas; y así como al Supremo Pastor se le llama el Padre común de los fieles, el Santo Padre, el obispo es el padre especial de sus diocesanos.

Las precedentes observaciones que acabamos de hacer al correr de la pluma, bastan para comprender que la provisión del obispado de Córdoba en la persona de un digno sacerdote, como el R.P. Fray Reginaldo Toro, es un insigne beneficio que Dios nos ha dispensado por intermedio del Romano Pontífice, un acontecimiento de trascendental importancia para los intereses religiosos y sociales y un suceso propio para llenar de júbilo y entusiasmo a todos los católicos de la diócesis. Por eso el pueblo de Córdoba cuyo peculiar distintivo es la religiosidad y a quien su fe le comunica la inteligencia de las cosas celestiales, vestido de gala y rebosando de gozo ha recibido triunfalmente ayer a su  nuevo obispo, el Ilmo. Sr. Fr. Reginaldo Toro y ha asistido con religiosa veneración a la ceremonia de la toma de posesión del gobierno de la diócesis.

El jubiloso espectáculo que hemos presenciado ayer, era el de una esposa que recibe a su esposo, el de unos hijos a su padre, el de los fieles a su propio Pastor. En la fisonomía del ilustre Prelado, nos ha parecido ver reflejados los dulces sentimientos que experimenta un padre al verse rodeado de sus hijos y recibir de ellos el homenaje de su filial amor y respeto. Así, como movido por un impulso de su paternal corazón, su brazo levantaba incesantemente para bendecir a su pueblo.

Ha cesado, pues, la triste viudez de la diócesis de Córdoba. Tenemos ya obispo; el pueblo ha recibido dignamente a su Pastor, y el Pastor está a la cabeza de su pueblo.

La misión de un obispo, tan grave y peligrosa de suyo es en los tiempos presentes un peso formidable. Cuando por este lado se considera la suerte del nuevo obispo, uno no sabe si es más propio felicitarles que compadecerle. En semejante situación, nos parece que surge de una manera especial el cumplimiento de los deberes de fidelidad, adhesión, respeto y oración que los fieles tienen respecto de su Pastor. Que ahora como antes, pues, los católicos permanezcan inquebrantablemente unidos a su propio obispo y levanten continuamente sus manos suplicantes al cielo para atraer sobre su persona los dones celestiales que necesita para dirigir con acierto, la navecilla que le ha sido confiada en medio de una deshecha tempestad que amenaza sumergirla en el abismo.

Por nuestra parte, al enviar al Ilmo. Sr. Toro el homenaje de nuestro filial amor, respeto y veneración, ponemos bajo sus auspicios esta humilde hoja, cuyo único mérito consiste en ser ante todo, y a pesar de todo un eco fiel de las enseñanzas que el Romano Pontífice y los obispos que están en comunión con él, derraman continuamente sobre todas las cuestiones que levanta el curso de los sucesos contemporáneos.

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