Referencia biográfica que publicó, a fines de la década del 40, el P. Ángel Clavero sch en su libro “Colegio de las Escuelas Pías de Santo Tomás” 

“Pertenecía a la ilustre y sagrada Orden de Predicadores y había nacido en Tucumán; de dónde, como Abraham salió para establecerse donde Dios le mostraba, que era el noviciado de los padres de Santo Domingo.  Se ha dicho de Monseñor Toro que no fue brillante, pero sumamente fecunda su existencia. “No fue orador de alto vuelo – leemos – ni poeta, ni escritor imaginativo; pero sí hombre sesudo, sin palabrerías huecas, ni sentimentalismos pueriles.”

Esto, y la malicia de los tiempos en que le tocó vivir y gobernar una diócesis, le perjudicó, al punto de que se lo tuviera un poco en menos y de que se lo juzgara apasionadamente. Llegó a afirmarse de él, que había sido nombrado obispo, para ser instrumento dócil de los políticos de avanzada, que “enarbolaban el liberalismo vanguardista”. Hasta en algún artículo necrológico suyo se empañó la memoria de Monseñor Toro, en el sentido de que carecía de la preparación necesaria para las elevadas funciones episcopales. Y, sin embargo, ese hombre así juzgado, “obtuvo por concurso el lectorado y la láurea de doctor en sagrada teología”. Como religioso, el P. Fr. Reginaldo Toro era irreprochable y pertenecía a aquellas generaciones de dominicos: observantes, virtuosos y mortificados, formados en la escuela austera del P. Correa, que fueron la levadura de la restauración de la vida común en los conventos argentinos y constituyeron las piedras angulares de la vuelta a la regla primitiva, rigurosamente observada.  

Celosos del cumplimiento de la ley, nadie le ganaba en la observancia regular y era ejemplo vivo de fidelidad a las reglas. Nada extraño, desde muy joven, lo eligieran para gobernar, ni que – durante varios períodos – fuera Prior del convento grande de Córdoba. Era como la encarnación del espíritu dominicano y arrastraba a sus súbditos, con su vida santa y con sus ejemplos edificantes, más que con su palabra, con lo que logró que su comunidad fuera de las que marcaban normas y señalaban camino a las demás. Consecuencia natural de estas condiciones del P. Toro fue que, sus Hermanos, le encomendaran el gobierno de la Provincia, elevándolo al Provincialato. Puesto al frente de la Orden en la República, veló diligentemente por la observancia regular, como lo había hecho de Prior, fomentó los estudios – de tan gloriosa tradición entre los dominicos – dio esplendor al culto y se esforzó en combatir el menor asomo de corruptela.  

Su ejemplo era fuerza que impulsaba y dique que contenía: contenía los abusos, que se insinuaban y los cortaba de raíz, empujaba a los fervorosos para que avanzaran a velas desplegadas por las vías de la perfección religiosa. Podría decirse que el Provincialato del P. Toro fue como una preparación y ensayo de las funciones de gobierno que – más en grande – había de desempeñar, como Obispo. Expuesto, en breve síntesis, el haber del P. Reginaldo, como sacerdote y como obispo, es de lo más fecundo y beneficioso para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Fundó la Congregación de Hermanas Dominicas, destinadas a la enseñanza, principalmente. Fue su obra más importante, por la que su nombre pasará a la historia y su recuerdo se perpetuará a través del tiempo y del espacio.

Sin ser una de las más importantes y de mayor vitalidad de las nacidas en Córdoba casi contemporáneamente, cumple su misión, modesta pero eficientemente. Ignoramos los progresos que ha realizado y la difusión que ha conseguido, pero suponemos que, alentada por el espíritu del Padre Santo Domingo que el Fundador les inyectara, las religiosas dominicas han debido extender el radio de su acción y de sus empresas.  

Monseñor Toro tuvo también participación activa en la adquisición del antiguo palacio episcopal, en la erección del nuevo seminario y en la fundación de LOS PRINCIPIOS, títulos más que suficientes para que su nombre permanezca en la memoria de los sacerdotes cordobeses y de los católicos argentinos, como la de un obispo celoso.  

Consciente de sus deberes episcopales, visitó la diócesis y estando de Visita canónica le vino la dolencia que lo llevó al sepulcro. Le correspondió el honor de coronar solemne y canónicamente, la imagen de la Santísima Virgen del Rosario en su advocación del Milagro. Era la culminación de su obra de religioso y como el preludio de sus actividades episcopales.

Para nosotros, los Escolapios, Monseñor Reginaldo Toro fue un padre y un bienhechor pues, nos llamó a Córdoba y nos entregó el colegio Santo Tomás. Su recuerdo será, entre nosotros imperecedero y nuestra gratitud perseverará, mientras existan escolapios en esta Capital. Que Dios Nuestro Señor le haya pagado largamente todo el bien que hizo en vida y las atenciones que derrochó con nosotros.”

(Liliana de Denaro. Perito. Sobre expresiones de “fama de santidad” en las Hermanas fundadoras, contenidas en escritos).                                                

9 Se transcribieron los siete capítulos iniciales de dicho libro en Aportes para una historia del Colegio Santo Tomás de Aquino de las Escuelas Pías, Cba. 2015, Editor Benjamín Pedro D´Amario, p. 161/163.